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martes, 6 de febrero de 2018

37 Laguna de Fuente de Piedra




Laguna de Fuente de Piedra

Antonio García Velasco



La laguna de Fuente de Piedra era un saladar, donde cuajaba la sal en marismas preparadas para el efecto o, en épocas de mucha sequía, en toda su superficie. Ahora constituye una reserva natural y, además de la función de tal, sólo sirve como atracción turística por los flamencos y otras aves que allí tienen su hábitat. El redondel de la cantera del Cerro del Palo queda hoy rellenado de piedras, escombros y tierra y allanado para aparcamiento de vehículos. El otro día, después de años de ausencia, volvió al lugar con unos amigos y no podía creerse la transformación. Se colocó bajo uno de los alcornoques o encinas del cerro y pidió a los amigos que lo dejaran solo, mientras asistían a la proyección que pasan a los visitantes en el local construido al efecto.

Desde su observatorio, contemplando la amplia superficie del humedal, pensaba en las veces que, de niño, se había bañado en aquellas aguas saladas. Recordó aquella mañana en que iba con sus amigos y compañeros del colegio para jugar en la orilla o bañarse. Encontraron metiéndose en el agua a Gregorio el de la Santa, en cueros, con aquel cuerpo blancuzco y arrugado. Por iniciativa de Paquito el Lagartija, tomaron la ropa del pobre viejo y salieron corriendo. Gregorio, al darse cuenta, abandonó el agua despotricando y maldiciendo. ¡Menudas palabrotas echaba por aquella boca sofocada! Llamaba a los chavales, pero éstos parecían potrillos desbocados por la orilla enfangada de la laguna. Cansados de correr, fueron esparciendo ropas y zapatos antes de enfilar el regreso al pueblo por la carretera de Sierra de Yeguas, cruzando las vías por el paso a nivel cercano a la estación del ferrocarril. Un infarto costó al pobre hombre la travesura de los escolares. Desnudo, bocabajo lo encontraron sobre el barro, con apenas dos prendas recogidas del suelo. Los vecinos se explicaron el ataque cardiovascular, pero no la ropa esparcida por la orilla: "Estaba gordo, fumaba mucho y era bastante mayor", dijeron. Él enrojeció al recordar la historia, como en todas las ocasiones en las que, durante su niñez y adolescencia, escuchaba referencias al suceso.

-Fueron travesuras de chiquillos irresponsables que para nada miden el alcance de sus actos -se justificaba una vez más-. Aunque bien que todos guardamos silencio como de mancomún, sin haberlo hablado de regreso a nuestras respectivas casas.

-¿Qué es lo que te ocurre, Paco? -le preguntaron sus amigos al regresar del Centro de Visitantes.

-Nada, no me ocurre nada. Pensaba en los baños que me di en la laguna. Ahora está vallada: ni podemos acercarnos a la orilla. En esas aguas aprendí a nadar, ¿os lo podéis creer?

-¿Y eso te hace enrojecer?

-Muchas veces me bañaba desnudo.

-Rubor retrospectivo -rieron los acompañantes.

-¡Sí, claro!

Comieron en uno de los restaurantes de la plaza del pueblo, donde lo saludó Rafalillo el Brevas.

-¡Lagartija! ¡Qué alegría verte! ¿Cómo por aquí?

-Con unos amigos que he venido para que vean la laguna.

-¡Mucho han cambiado las cosas, eh!

No se mostraba dispuesto a seguir la conversación con el paisano, como si temiera que le recordara la travesura de otros tiempos. Comprendió Rafalillo que no quisiera mucha conversación por estar con aquellos amigos: se alejó, reiterando la alegría de volver a verlo después de tantos años.