Reivindicación hispanogoda
Me viene mi amigo Tomás con la siguiente confidencia: “No ignoro que mi reivindicación puede despertar la de otros muchos, la de todos los que tengan “memoria histórica”. Pero, dado que se ha levando la liebre momificada del "reconocimiento institucional de la injusticia que se cometió con los moriscos expulsados de España", yo reclamo el derecho a que se reconozca que aquella invasión musulmana que se inició en la Península Ibérica en el 711, atropelló a mis antepasados. Las hordas moriscas, o como se llamaran, arrasaron las tierras de mis tatatarararabuebuebuelos, destruyeron la hacienda familiar, arrasaron las cosechas, impusieron su ley con el imperativo de las armas y la fuerza bruta.
“Fue una ocupación rápida, en el 720 ya dominaban la Península, salvo pequeños grupos de resistencia que, después, para, suerte o desgracia de la España actual, iniciaron la Reconquista. ¿De la que también se va a realizar “el reconocimiento institucional de la injusticia que se cometió expulsando de sus reinos a los que estaban asentados desde el 720 como mínimo”?
“No ignoro, amigo Antonio, que podemos envolvernos en una espiral de locura absurda, tan absurda como todo lo que procede de la locura y la mente de cualquier iluminado. Pero, guardo la memoria de mis antepasados, víctimas de una invasión expansionista y dominadora, de gentes y soldados armados procedente de la Península Arábiga, tras conquistar con iguales métodos el Magreb, Libia, Egipto, etc. Es cierto que en aquellos reinos visigodos que sufrieron la invasión y conquista reinaba el caos y las luchas internas por el poder –la monarquía debilitada, los nobles agrupados en bandas partidistas luchando por el trono…-, pero los asuntos internos en estado lamentable, ¿justifican la invasión de los foráneos, con credos religiosos ajenos y una cultura tan diferente a la propia? ¿Quién determina, por otra parte, que los asuntos internos de cualquier reino van tan mal que es preciso invadirlo?
“Me ha llegado la noticia de que la hija de aquel antepasado estaba tranquilamente cantando una jarcha de lamento por la tardanza de su habibi, su amado. Un tropel de caballos la sorprendió y lo que era espera de enamorada se convirtió en atropello y violación. A lo mejor soy descendiente de aquella joven cantaora de jarchas y de un desalmado invasor. Mi reivindicación cobraría aquí una nueva dimensión que se añadiría a la espiral del desatino. Estoy reuniendo datos para añadirlos al dosier de mi reclamación y, juro, por Dios o por Alá, que la presentaré en las instancias correspondientes para que se admita el "reconocimiento institucional de la injusticia que se cometió con mis ascendientes hispanogodos”. No pediré que se solucione el caso con “vocación subvencionadora, asistencial y paternalista”, tal como suele ser habitual en estos pagos -¿de pagar le viene el nombre?-, pero sí, como poco, el reconocimiento del atropello ancestral”.
Escuché con paciencia a mi amigo y hasta le ofrecí hablar del asunto. Cumplo el ofrecimiento y que siga la racha de prestar atención a lo liviano cuando existen asuntos tan serios que solucionar.
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