Los tunicados
Antonio
García Velasco
Cuando
Arturo comenzó a hablar de tunicados, Pedro, el zoólogo, pensó inmediatamente
en los animales procordados con cuerpo blando, de aspecto gelatinoso y rodeados
de una membrana o túnica. Pero las palabras de Arturo desmintieron tales
pensamientos. Cuando decía tunicados, hablaba del descubrimiento de una
agrupación cuyos miembros solían reunirse en una casona antigua de las afueras
de la ciudad.
-En
cortijo los "Guisados" -precisó-. Un lugar habilitado para la
celebración de bodas, bautizos y comuniones. Hoy no se usa para tales eventos,
pero allí se reúnen los tunicados. Lo digo así a falta de una denominación más
apropiada. Acuden, según he podido comprobar, a altas horas de la noche, entre
la una y las dos, los viernes y sábados.
-¿Se
trata de una secta religiosa? ¿Se trata de una organización criminal? -preguntó
Francisco.
-Sólo
me consta el hecho de que allí se citan. Hay películas sobre este tipo de
asociaciones y sus ritos sexuales, macabros o masoquistas, aunque, ya os digo,
ignoro sus prácticas y objetivos.
-¿Tendrán
algo que ver con el Ku Klux Klan? ¿Un remedo del mismo en esto tiempos de
migración y xenofobia? Soy capaz de disfrazarme con túnica y entrar para
averiguar quiénes son, qué hacen, cuál es el objetivo de tales reuniones.
-Harto
peligroso sería, sobre todo si se trata de una organización secreta, como
parece. Pedirán algunas señas de identificación antes de cruzar el umbral de la
puerta.
Diego,
el cuarto del grupo, guardaba silencio, observando atentamente a sus amigos
entre los que se acrecentaba el interés por conocer la verdadera naturaleza de
aquellos tunicados, tan distintos a los que, por el automatismo de la
descodificación condicionada y la "deformación" profesional, había
imaginado Pedro. Los cuatro reunidos decidieron espiar la llegada y entrada en
los "Guisados" de los misteriosos individuos. Diego se unió a la
determinación del grupo.
Localizaron
un lugar estratégico desde el que observar el arribo. Se aprovisionaron de
potentes catalejos, una cámara con teleobjetivo capaz de captar imágenes
nocturnas y mantas para tumbarse en el suelo y acomodar su espionaje. El reloj
marcaba las 00:45 cuando ya estaba apostados en el lugar, con los prismáticos y
la cámara sobre el trípode.
Comenzaron
a llegar los tunicados, a pie, despacio, como si se ignoraran los unos a los
otros. Posiblemente dejaban los coches lejos, donde cambiaban sus ropas
habituales por la túnica. Uno a uno marcaba una clave en la botonadura de la
puerta y pasaban al interior. La cámara de los espías iba captando los
instantes.
-Túnica
y capucha para ocultar su personalidad civil -comentó Pedro con voz apenas
perceptible-. Me huele este asunto de modo muy extraño.
-Por
el movimiento de los dedos al teclear en los botones de la puerta, se diría que
cada cual posee su propio pin. Muy difícil será suplantar a alguno y poder
entrar en el recinto -susurró Francisco.
-¿Será
conveniente poner a la policía en antecedentes? -preguntó Arturo en el mismo
tono de confidencialidad.
-¿De
qué vamos a denunciar? -argumentó Diego.
-Tienes
razón. Motivos no tenemos para denunciar, pero acaso sí los tengamos para
advertir y que la policía averigüe las actividades de los tunicados, por si son
o no delictivas.
Cuando
cesaron las llegadas, acodaron acercarse a los tapiados o muros de la hacienda.
Recogieron los enseres del espionaje y caminaron hacia la casona. A medida que
se acercaban se oían cánticos con mayor nitidez. Aumentaban sus intrigas. Diego
quedó rezagado y realizó una llamada con el móvil. Después aligeró el paso hasta
que se acercó, de nuevo, al grupo. Cinco hombres armados, tunicados y rostros
ocultos se presentaron ante los curiosos exigiendo, bajo amenazas, la cámara
fotográfica, a la que extrajeron la tarjeta de memoria y, posteriormente,
pisotearon hasta destrozarla.
-¿No
os enseñaron la fábula de que la curiosidad mató al gato o del enredo del
cuello de la curiosa jirafa? -comentó uno de los asaltantes-. ¡Largo, largo de
aquí! Y que sea la última vez que os acercáis a estos andurriales.
Los
cuatro huyeron como perseguidos por un felino. Diego tuvo tiempo, ocasión sigilosa
y gesto de haber cumplido las reglas del vasallaje al levantar el dedo pulgar
mirando al jefe de la patrulla de seguridad del recinto. Más tarde, cuando sus
amigos se retiraron a sus casas respectivas, volvió a los "Guisados",
tecleó su número de identificación personal y se incorporó al ceremonial. Lo embargaba
la sensación del deber cumplido.
Siempre han existido traidores e intrusos. En esta época en la que nos envuelve el vértigo de la velocidad tecnológica, la sutilidad para discernir entre unos y otros se multiplica a través de la globalización. Y, cual paradoja (tal vez trasmutada en mecanismo defensivo) seguimos subyugados por ritos ancestrales o por el supuesto progreso de suprimirlos. Todo es lícito dentro de la honestidad. Pero, ¿difuminamos con nuestros derechos individuales, demasiado individuales, los límites, precisamente de lo honesto en busca de ideales irreconciliables por echar en falta una visión colectiva por encima de las afinidades diversas y minoritarias?
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