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domingo, 19 de septiembre de 2021

073 Microcuento LOS FRENÓLOGOS VIGILANTES

 

Los frenólogos vigilantes

Antonio García Velasco

 

El reportero Agustín Lasso descubrió por casualidad una organización secreta dedicada a la Frenología. En cualquier suceso violento en que estuviesen presentes víctimas y victimarios, aparecían dos o más miembros que, a escondidas o con la connivencia de la policía, medían el cráneo del asesino y, para su estudio, sacaban fotos de su cabeza.

Cuando en sus conciliábulos llegaban al convencimiento de que una determinada forma craneal se correspondía con la de un criminal, por más inocente que fuese la persona, la vigilaban día y noche, en la espera de poder evitar la muerte de quien el presunto asesino hubiese seleccionado como víctima.

Agustín Lasso consiguió, al fin, entrar en la sede de la organización. Quedó sorprendido ante el gran cuadro con el retrato de un personaje que le era completamente desconocido.

—¿Quién es? —preguntó.

—El imponderable Franz Joseph Gall, el neuroanatomista alemán creador de la Frenología o estudio de la correspondencia entre los rasgos del cráneo y la personalidad humana. Gracias a sus enseñanzas y las de posteriores maestros, podemos predecir el comportamiento de cualquier individuo analizando la  forma externa de su cerebro.

—¡Oh! —exclamó el periodista.

—Es de rigor que, ya que te hemos dado nuestra confianza, nos dejes estudiar tu mollera, tu caletre, tu seso.

Sin darle tiempo a oponer resistencia, lo sujetaron, lo sentaron en una silla y comenzaron a palpar su cabeza, medir, sopesar.

—Te vigilaremos para que no cometas crimen alguno—concluyeron.

Aquel día Agustín Lasso se fue a casa confundido y temeroso. No escribió su reportaje sobre los frenólogos.

—¿Qué han podido ver en mí? Creo que el tamaño de mi cerebro es normal, tan normal como mis facciones,

Comenzó a notar la vigilancia a la que estaba siendo sometido. Una noche, al salir de la redacción del periódico, fue agredido por unos delincuentes. Sus custodios le salvaron la vida al irrumpir en la escena para evitar que cometiera uno o varios homicidios.


lunes, 18 de junio de 2018

73 Los tunicados


Los tunicados

Antonio García Velasco



Cuando Arturo comenzó a hablar de tunicados, Pedro, el zoólogo, pensó inmediatamente en los animales procordados con cuerpo blando, de aspecto gelatinoso y rodeados de una membrana o túnica. Pero las palabras de Arturo desmintieron tales pensamientos. Cuando decía tunicados, hablaba del descubrimiento de una agrupación cuyos miembros solían reunirse en una casona antigua de las afueras de la ciudad.

-En cortijo los "Guisados" -precisó-. Un lugar habilitado para la celebración de bodas, bautizos y comuniones. Hoy no se usa para tales eventos, pero allí se reúnen los tunicados. Lo digo así a falta de una denominación más apropiada. Acuden, según he podido comprobar, a altas horas de la noche, entre la una y las dos, los viernes y sábados.

-¿Se trata de una secta religiosa? ¿Se trata de una organización criminal? -preguntó Francisco.

-Sólo me consta el hecho de que allí se citan. Hay películas sobre este tipo de asociaciones y sus ritos sexuales, macabros o masoquistas, aunque, ya os digo, ignoro sus prácticas y objetivos.

-¿Tendrán algo que ver con el Ku Klux Klan? ¿Un remedo del mismo en esto tiempos de migración y xenofobia? Soy capaz de disfrazarme con túnica y entrar para averiguar quiénes son, qué hacen, cuál es el objetivo de tales reuniones.

-Harto peligroso sería, sobre todo si se trata de una organización secreta, como parece. Pedirán algunas señas de identificación antes de cruzar el umbral de la puerta.

Diego, el cuarto del grupo, guardaba silencio, observando atentamente a sus amigos entre los que se acrecentaba el interés por conocer la verdadera naturaleza de aquellos tunicados, tan distintos a los que, por el automatismo de la descodificación condicionada y la "deformación" profesional, había imaginado Pedro. Los cuatro reunidos decidieron espiar la llegada y entrada en los "Guisados" de los misteriosos individuos. Diego se unió a la determinación del grupo.



Localizaron un lugar estratégico desde el que observar el arribo. Se aprovisionaron de potentes catalejos, una cámara con teleobjetivo capaz de captar imágenes nocturnas y mantas para tumbarse en el suelo y acomodar su espionaje. El reloj marcaba las 00:45 cuando ya estaba apostados en el lugar, con los prismáticos y la cámara sobre el trípode.



Comenzaron a llegar los tunicados, a pie, despacio, como si se ignoraran los unos a los otros. Posiblemente dejaban los coches lejos, donde cambiaban sus ropas habituales por la túnica. Uno a uno marcaba una clave en la botonadura de la puerta y pasaban al interior. La cámara de los espías iba captando los instantes.

-Túnica y capucha para ocultar su personalidad civil -comentó Pedro con voz apenas perceptible-. Me huele este asunto de modo muy extraño.

-Por el movimiento de los dedos al teclear en los botones de la puerta, se diría que cada cual posee su propio pin. Muy difícil será suplantar a alguno y poder entrar en el recinto -susurró Francisco.

-¿Será conveniente poner a la policía en antecedentes? -preguntó Arturo en el mismo tono de confidencialidad.

-¿De qué vamos a denunciar? -argumentó Diego.

-Tienes razón. Motivos no tenemos para denunciar, pero acaso sí los tengamos para advertir y que la policía averigüe las actividades de los tunicados, por si son o no delictivas.



Cuando cesaron las llegadas, acodaron acercarse a los tapiados o muros de la hacienda. Recogieron los enseres del espionaje y caminaron hacia la casona. A medida que se acercaban se oían cánticos con mayor nitidez. Aumentaban sus intrigas. Diego quedó rezagado y realizó una llamada con el móvil. Después aligeró el paso hasta que se acercó, de nuevo, al grupo. Cinco hombres armados, tunicados y rostros ocultos se presentaron ante los curiosos exigiendo, bajo amenazas, la cámara fotográfica, a la que extrajeron la tarjeta de memoria y, posteriormente, pisotearon hasta destrozarla.

-¿No os enseñaron la fábula de que la curiosidad mató al gato o del enredo del cuello de la curiosa jirafa? -comentó uno de los asaltantes-. ¡Largo, largo de aquí! Y que sea la última vez que os acercáis a estos andurriales.

Los cuatro huyeron como perseguidos por un felino. Diego tuvo tiempo, ocasión sigilosa y gesto de haber cumplido las reglas del vasallaje al levantar el dedo pulgar mirando al jefe de la patrulla de seguridad del recinto. Más tarde, cuando sus amigos se retiraron a sus casas respectivas, volvió a los "Guisados", tecleó su número de identificación personal y se incorporó al ceremonial. Lo embargaba la sensación del deber cumplido.