Los
frenólogos vigilantes
Antonio
García Velasco
El reportero Agustín Lasso descubrió por casualidad una
organización secreta dedicada a la Frenología. En cualquier suceso violento en
que estuviesen presentes víctimas y victimarios, aparecían dos o más miembros
que, a escondidas o con la connivencia de la policía, medían el cráneo del
asesino y, para su estudio, sacaban fotos de su cabeza.
Cuando en sus conciliábulos llegaban al convencimiento de que una
determinada forma craneal se correspondía con la de un criminal, por más
inocente que fuese la persona, la vigilaban día y noche, en la espera de poder
evitar la muerte de quien el presunto asesino hubiese seleccionado como
víctima.
Agustín
Lasso consiguió, al fin, entrar en la sede de la organización. Quedó
sorprendido ante el gran cuadro con el retrato de un personaje que le era
completamente desconocido.
—¿Quién
es? —preguntó.
—El
imponderable Franz Joseph Gall, el neuroanatomista alemán creador de la
Frenología o estudio de la correspondencia entre los rasgos del cráneo y la
personalidad humana. Gracias a sus enseñanzas y las de posteriores maestros,
podemos predecir el comportamiento de cualquier individuo analizando la forma externa de su cerebro.
—¡Oh!
—exclamó el periodista.
—Es
de rigor que, ya que te hemos dado nuestra confianza, nos dejes estudiar tu
mollera, tu caletre, tu seso.
Sin
darle tiempo a oponer resistencia, lo sujetaron, lo sentaron en una silla y
comenzaron a palpar su cabeza, medir, sopesar.
—Te
vigilaremos para que no cometas crimen alguno—concluyeron.
Aquel
día Agustín Lasso se fue a casa confundido y temeroso. No escribió su reportaje
sobre los frenólogos.
—¿Qué
han podido ver en mí? Creo que el tamaño de mi cerebro es normal, tan normal
como mis facciones,
Comenzó a notar la
vigilancia a la que estaba siendo sometido. Una noche, al salir de la redacción
del periódico, fue agredido por unos delincuentes. Sus custodios le salvaron la
vida al irrumpir en la escena para evitar que cometiera uno o varios
homicidios.
De nicolasgh2015@gmail.com
ResponderEliminarEste Microcuento añade al, ya de por sí, curioso concepto de Frenología, o conocimiento de las facultades psicológicas de una persona, solo palpando las pequeñas prominencias de su superficie craneal, otra aplicación práctica novedosa.
La podríamos llamar "Frenología Asistencial", que consiste, una vez examinada la persona, y prevista sus capacidades psicológicas, y tendencias vitales, prevenir y evitar su indeseable realización...
¿Que eso se presume muy dificultoso?
No hay que achicsrse tan pronto. Estamos en el siglo XXI, o siglo de lo inimaginable...
Bastaría con el apoyo de la Informática, el Cáculo de Probabilidades, el seguimiento del indivíduo vía satélite y tal vez un drón de apoyo, con gas mostaza, para enderezar los entuertos con la misma lozanía que pudiera hacerlo el iluminado Caballero Andante cervantino...
Un microrrelato abierto a muchas interpretaciones.
ResponderEliminarLos grupos humanos en torno a una creencia no son ajenos a los caprichosos vericuetos del azar. La predisposición a mantener unos determinados postulados, les dificulta una de las características del individuo: su natural evolución. Una renuncia azuzada por el compromiso, no sólo con la causa elegida sino por quienes la profesan, que puede acarrear alteraciones de la lógica interna, de la conducta y, por ende, del abastecimiento espiritual. La libertad es una conexión del libre albedrío con la ausencia de ataduras... Se impone revitalizar cada experiencia exprimida con la visión cognitiva de auroras nuevas.
ResponderEliminarRealmente interesante el microrrelato, me ha hecho estudiar ese fenómeno de la frenología, que si bien ahora se considera una pseudociencia, tuvo una aceptación científica y popular a principios del siglo XIX. En un musical muy popular en Broadway llamado "Florodora", se cantaba: "Debes elegir a tu esposa con cuidado frenológico, pues en el reino que está debajo de su sombrero está mapeado tu futuro.
ResponderEliminarCiertamente, la Frenología influyó hasta en la elección de pareja. No conocía la canción.
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