Cuando, en el salón de la misteriosa mansión, descubrieron un
dosel colocado sobre varas largas, negras y marcadas a fuego, comentaron que se
trataba de “El palio de Satanás”. En aquella mansión había vivido una condesa
pálida y delgada con fama de bruja y demoniaca. Decían que celebraba solemnes
misas negras y el mismísimo demonio se colocaba bajo un palio negro como la
noche en una cueva oscura. El palacete estaba deshabitado, pues, según rumores,
los herederos no pudieron pagar el impuesto de sucesiones. Ellos entraron allí
con el sigilo de los cazafantasmas y la alevosía insidiosa de quien espera
encontrar objetos de valor. Ninguno se atrevía a pasar bajo el dosel ni a tocar
sus varales. Al disparar el flas de la cámara fotográfica el palio se desmoronó
llenándolo todo de pavesas. Dicen que en medio del pánico se escuchó una
terrible carcajada.
Apareció con un
ramo de rosas cortadas con alevosía y cuidado en la rosaleda de los jardines
públicos. Cuando su amiga le enseñó los adornos de su nuevo vestido, se encajó
los guantes en las manos para apreciar la textura de la blonda sin exponerla a
mancha o roce inadecuado. Y ya que los tenía puestos, le hurtó, sin dejar
huellas, un collar de perlas a la anfitriona. Ésta quedó admirada de la
primorosa delicadeza de su invitada y no tuvo inconveniente en convidarla otra
tarde a tomar un té en su salón.