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martes, 3 de abril de 2018

67 El monoteísta


El monoteísta

Antonio García Velasco



-Te lo diré con toda la claridad que me sea posible: eres monoteísta y tienes el convencimiento de tu Dios es el único Dios, pero ello no te da derecho a querer imponer tus creencias y, menos, empleando la fuerza. Y menos, tratando de oprimir a quienes no piensan como tú. Y no me vengas con que Dios escribió en la adenina de tu ADN que los infieles politeístas e idólatras se han de convertir o morir. Dios no puede grabar ni con la letra más pequeña semejantes barbaridades. Así que ponte la pomada de la tolerancia, vive y deja vivir. Sólo se ha de pedir el respeto a la vida y a las leyes que, entre todos, nos hemos dado.



El discurso quedó desintegrado al chocar con el muro de su intolerancia: si sus creencias eran buenas para él, si sus convicciones religiosas eran las únicas verdaderas, el universo entero tenía que creer lo que él creía. Y continuó con su mazo dando y a Dios rogando. Al mismo supuesto maestro le dijo:

-Si Dios es el único Dios y su Palabra es la única Palabra, no cabe la piedad para quienes rechacen la doctrina que emana de la Divina Ley. Debes deponer tu discurso corrosivo y avenirte al camino de Dios y de su Sabiduría.

-Debemos respetar las creencias de todos -le replicó.

Un mazazo en la cabeza y un ruego a Dios fue la respuesta.

-Aprende la lección y no me vengas con cuentos, maestro endemoniado. ¡Oh Dios, no permitas la ignorancia y haz que todos acepten tu Divina Ley!



Un golpe de tan demoledoras intenciones propinado en la cabeza del tolerante redujo la tolerancia a un charco letal de sangre. No experimentó el verdugo sino la satisfacción del deber cumplido al arrancar de los sembrados la mala yerba. Dios, el único Dios, se lo premiaría en esta vida y con el paraíso prometido. Pero la justicia humana del país perseguía al asesino y se mostró intolerante con el crimen, por más que el criminal tratara de justificarlo con argumentos de la divina ley.




lunes, 26 de febrero de 2018

48 El machete


El machete

Antonio García Velasco



Un hombre enjuto como una vara de mimbre caminaba por la calle con un machete en la mano y moviendo a izquierda y derecha el brazo armado, como si se abriera paso entre la maleza de la jungla.

La gente se apartaba al verlo, amedrentada, con la certeza de que se trataba de un loco o azogado, pues, observado atentamente, parecía padecer un temblor incoercible.

-Quiero llegar por este selvático camino de plantas enredadas a la ciudad oculta, donde curan los males del siglo -vociferaba.

-Esta es la calle, no la selva -le gritaron.

-La ley de la selva nos rige. La ley de la selva nos contagia.

-¡Equivocado está, buen hombre!

El aludido escrutaba sus alrededores tratando de descubrir los orígenes de la voz que había escuchado. No dejaba de dar cuchilladas y de maldecir el imaginario ramaje que le dificultaba su búsqueda.

-¿Dónde estás, ciudad de mi salvación, dónde?

Un grupo de curiosos comenzó a seguirlo a prudente distancia, recorriendo la fabularia ruta que abría el machete entre la espesura del bosque.

-¡Pobre! -pensaban-. Y pobres de nosotros que lo seguimos por morbosa curiosidad o, quién sabe, por beneficiarnos de su pretendido descubrimiento.

-Es un desquiciado, un pobre alienado, un loco. Antes de que produzca un desaguisado, tendrá que detenerlo la policía.

En ese momento, varios coches con sirenas azules arribaron al lugar. Los agentes dieron el alto al alucinado explorador...

No dejaba el hombre de dar bandoletazos con el machete...

-Indígenas amigos, soy hombre de paz que busca la ciudad del paraíso -gritó.

Comprendieron los uniformados la naturaleza del armado y, por las buenas, trataron de convencerlo para que dejase el arma en el suelo.

-Nosotros te conduciremos a la ciudad edénica que buscas. Ven.

-No es arma belicosa sino herramienta para abrir paso en esta selva inexplorada y agresiva.

-Lo sabemos, lo sabemos. Por ello te conduciremos al lugar que buscas por un camino expedito y secreto.

Miró el hombre con desconfianza y duda.

-No debes temer, somos amigos, admiradores de tu esfuerzo por encontrar tu ideal.

El hombre enfundó el machete y se dispuso a seguir a los indígenas. Su brazo no dejaba de temblar agitadamente.

Pudieron acercarse los guardias y reducirlo hasta obligarlo a entrar en el coche, con la cabeza protegida para evitar lesiones.

Los curiosos nos quedamos tristemente expectantes sobre la suerte que correría aquel individuo delgado como vara de mimbre.