El
machete
Antonio García Velasco
Un hombre enjuto como una vara de mimbre
caminaba por la calle con un machete en la mano y moviendo a izquierda y
derecha el brazo armado, como si se abriera paso entre la maleza de la jungla.
La gente se apartaba al verlo, amedrentada,
con la certeza de que se trataba de un loco o azogado, pues, observado
atentamente, parecía padecer un temblor incoercible.
-Quiero llegar por este selvático camino de
plantas enredadas a la ciudad oculta, donde curan los males del siglo
-vociferaba.
-Esta es la calle, no la selva -le gritaron.
-La ley de la selva nos rige. La ley de la
selva nos contagia.
-¡Equivocado está, buen hombre!
El aludido escrutaba sus alrededores
tratando de descubrir los orígenes de la voz que había escuchado. No dejaba de
dar cuchilladas y de maldecir el imaginario ramaje que le dificultaba su
búsqueda.
-¿Dónde estás, ciudad de mi salvación,
dónde?
Un grupo de curiosos comenzó a seguirlo a
prudente distancia, recorriendo la fabularia ruta que abría el machete entre la
espesura del bosque.
-¡Pobre! -pensaban-. Y pobres de nosotros
que lo seguimos por morbosa curiosidad o, quién sabe, por beneficiarnos de su
pretendido descubrimiento.
-Es un desquiciado, un pobre alienado, un
loco. Antes de que produzca un desaguisado, tendrá que detenerlo la policía.
En ese momento, varios coches con sirenas
azules arribaron al lugar. Los agentes dieron el alto al alucinado
explorador...
No dejaba el hombre de dar bandoletazos con
el machete...
-Indígenas amigos, soy hombre de paz que
busca la ciudad del paraíso -gritó.
Comprendieron los uniformados la naturaleza
del armado y, por las buenas, trataron de convencerlo para que dejase el arma
en el suelo.
-Nosotros te conduciremos a la ciudad
edénica que buscas. Ven.
-No es arma belicosa sino herramienta para
abrir paso en esta selva inexplorada y agresiva.
-Lo sabemos, lo sabemos. Por ello te
conduciremos al lugar que buscas por un camino expedito y secreto.
Miró el hombre con desconfianza y duda.
-No debes temer, somos amigos, admiradores
de tu esfuerzo por encontrar tu ideal.
El hombre enfundó el machete y se dispuso a
seguir a los indígenas. Su brazo no dejaba de temblar agitadamente.
Pudieron acercarse los guardias y reducirlo
hasta obligarlo a entrar en el coche, con la cabeza protegida para evitar
lesiones.
Los curiosos nos quedamos tristemente expectantes sobre la suerte
que correría aquel individuo delgado como vara de mimbre.