El visco del bizco
Antonio García Velasco
El bizco Bieito, para cazar pajarillos, zampuzó
el viscoso visco entre las ramas. No advirtió la cavidad del tronco del árbol
y, al bajar, le mordió la serpiente que allí tenía su habitáculo.
Tres días permaneció el hombre cuidado por
aquella extraña mujer de dudosa fama entre ciertas gentes del pueblo, donde se
rumoreaba que tenía amores secretos y apasionados con Alfredo Rubio, el
veterinario. No obstante, acudían a ella en los casos sin soluciones médicas oficiales.
Reflexionando sobre lo bien cuidado que había estado por aquella mujer y observando que era hacendosa, atractiva y hermosa, más por interés que enamorado, dijo:
—Marichu,
quiero que te cases conmigo.
—Lo siento, amigo, soy mayor que tú y no
me gustan los hombres que miran torcidamente.
—La gente va a murmurar por los tres días
que he permanecido en tu casa.
—Debes saber bien que lo que diga la
gente se desvanece antes de llegar a mis oídos y, si llega, me resbala. Por una
entra, por otra sale. Anda, vete, que ya estás curado.
El bizco Bieito, más despechado que agradecido, pregonó por todas partes que había pasado tres noches durmiendo en
casa de Marichu. Algunos ni lo creyeron.