domingo, 6 de enero de 2019

78 El puñal sobre el filo de la mesa


El puñal sobre el filo de la mesa

Antonio García Velasco



Era uno más de los alcanzados que, según me explicó, significaba que estaba empeñado, endeudado, falto de recursos, necesitado. Un afilado puñal refulgía sobre el pico de la mesa.

-No estarás pensando en hacer una tontería, ¿verdad? -pregunté mirando el arma.

Dirigió la mirada hacia la corta daga. Después fijó en mí sus intensos ojos. Sonrió.

-Es lo último que debe pasarte por la cabeza. Mientras hay vida, hay esperanza. Ya sabes que puedes contar conmigo para todo y disponer de cuanto poseo. Si atentas contra ti...

-No te preocupes -me interrumpió-. Puedes marcharte tranquilo, absolutamente tranquilo.

-¿Lo prometes?

-Y lo juro.

Me retiré con la imagen del afilado puñal refulgiendo sobre la esquina de la mesa del salón.

El sobreentendido de aquel "y lo juro" se me revelaba ahora como totalmente ambiguo. Me preocupó la ambigüedad. ¿Qué había jurado o prometido? ¿Que podía irme tranquilo? ¿Tranquilo por qué? ¿Significaban aquellas palabras que no se iba a quitar la vida? ¿Solamente que me fuese tranquilo pasara lo que pasara?

No lo veía desesperado. Pero es que siempre aparentó tranquilidad, incluso en los momentos de más desdicha. Me consta que su amargura era ilimitada, pues había llegado a la ruina total... No podía alejarme tranquilo y volví alocado.



El puñal permanecía impoluto sobre la mesa. Pero Ernesto Mancillo había desaparecido. Lo busqué por todas las habitaciones. Registro minucioso. Ni rastro. ¡Qué mixtura de sensaciones en mi ánimo! Era más que un buen amigo para mí y lamentaría sus lesiones, sus heridas, su muerte. Llamé a Patricia Cáliz, a la que, en ocasiones, se refería como a su novia. No me cogió el teléfono. Corrí hacia su casa en la confianza presuntuosa de encontrarla. Vana ilusión, me dije, si no descuelga o pulsa el verde del móvil... ¿Y si está con él? Ese es mi consuelo y, a la vez, la fuente de mi desdicha.

Llamé a la puerta con timbrazo prolongado y apurado. La casa me sonaba a vacía. Pero...

-¿Quién es? -respondió una voz que acaba de romper el cascarón de un éxtasis o sueño.

-Soy Jacinto, Patricia. Abre.

Me abrió abrochándose la bata que cubría su desnudez.

-No sé dónde está Ernesto... ¿Conoces tú su paradero?

Sonrió.

-Está en la ruina, sí. Pero me ama. Y lo amo. El amor es siempre una tabla de salvación, un clavo al que agarrarse para no caer...

Apareció el presuntamente desaparecido, cubriéndose con un batín y calzado con zapatillas caseras.

-Ya te dije que marcharas tranquilo.

-Siento mucho haberos interrumpido -dije con voz ahogada por una desgarradora mezcla de sentimientos. Me di media vuelta para abandonar el apartamento.

Regresé a la casa de Ernesto. Sólo en el cuchillo, encontraría el consuelo a mi desdicha.


3 comentarios:

  1. A veces, demasiadas veces, acumula más zozobra el alma presuntamente ahíta de sosiego por encontrarse bajo la protección del búnker de bonanza económica, que el alma refugiada en la solidaridad de una amistad o un amor fundamentados en sí mismos. En éstos últimos descansa el equilibrio emocional, las alas hacia el horizonte, la sonrisa próxima con anhelos infinitos.

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  2. ¿Cuantas veces pensamos que el dinero da la felicidad?, es muy bonito ver y darnos cuenta que el amor no se alimenta con monedas, se alimenta de una buena convivencia.
    Saludos

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