El sueño de la dogaresa
Antonio García Velasco
El
dux o dogo era un antiguo gobernante de Venecia. Su esposa se llamaba dogaresa.
Y, aunque los dux desaparecieron en el siglo XVIII, ella se consideraba esposa
del descendiente de Ludovico Manin, último dux, ya que, en 1797, la Republica
de Venecia fue abolida por Napoleón Bonaparte, que lo forzó a abdicar.
Se
hacía llamar dogaresa Adrienna de Manin y, como su nombre significaba, siempre
se tuvo por bella y oscura. Ahora a edad avanzada, poco quedaba de su belleza y
mucho había ganado su oscuridad o misterio.
Cuando
acudió al gerontólogo, llevaba al cuello un resplandeciente medallón de platino
pendiente de una cadena del mismo metal precioso.
-Doctor,
ha de darme una solución a los efectos del paso de los años. Soy la dogaresa
Adrienna de Manin y he de ver restablecida la República de Venecia de donde soy
oriunda. He de ver dux a mi hijo o a mi nieto Achille Manin, los dos se llaman
así.
-Señora, en mi mano no está detener el
tiempo.
-Sólo le pido no acusar los efectos del
paso de los años.
-Alivio las enfermedades de la vejez.
Pero no prometo milagros.
-Dígame, pues, el remedio para detener el
tiempo.
El médico comprendió la naturaleza de los
males de la señora y sólo le recetó un cocimiento de heliantos. Cuando marchó
la paciente se dijo: "¡Ay, quién pudiera, en efecto, detener los efectos
del paso del tiempo!"
Veinte
años después, la dogaresa Adrienna de Manin llegó de nuevo a la consulta del
anciano doctor. Se acercó a darle las gracias, pues había rejuvenecido y estaba
segura de que vería el gobierno de su nieto en República de Venecia.
Para rejuvenecer, al menos en el alma, la ilusión por renovar los proyectos vitales, cada uno necesitamos un remedio diferente. Resulta inexcusable para conseguirlo, buscarlo con ahínco continuado para encontrarlo aunque sea por casualidad.
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