Mujer
eximia
Antonio García Velasco
Eximia era Alba. Su belleza. Su simpatía.
Su sencillez y humildad. Y, cuando se hablaba un rato con ella, se percibía su
inteligencia. Por su belleza la llamaban diosa. Por su simpatía, casquivana. Por
su sencillez y humildad, “solapona”. Y no sabían calificarla por su
inteligencia.
Anunció entre sus amistades que leería la
tesis doctoral el segundo martes de mayo, a las once de la mañana. No podían
creerla. “¿Cuándo ha hecho esta mujer una carrera universitaria, unos cursos de
doctorado, un trabajo tan exigente en tiempo, dedicación y recursos como una
tesis doctoral?”, se preguntaban.
Cuando mostró el sobresaliente cum laude, dijeron algunos, guiñando maliciosamente:
"Su belleza y su labia abre todas las puertas".
¿Es que nadie creyó en su capacidad de
trabajo, en su inteligencia?
El profesor
Aguado Fernández quiso invitarla a un aperitivo. No podía disimular que se
sentía fascinado por ella. Alba declinó la invitación alegando que se
encontraba afectada de un intenso catarro. Él respondió con un mugido, tomando
la negativa como un rechazo a su excelsa persona: "Te acordarás de esto,
Alba Morales. Eres una engreída vanidosa, que te crees mejor que nadie".
Cuando ella curó
su catarro, llamó al profesor por teléfono para aceptar su invitación. Pero el
profesor Aguado se encontraba en un Congreso sobre la Igualdad de Géneros,
donde presentaba una expectante ponencia.
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