La joven que quiso cambiar de apellido
Antonio
García Velasco
Begoña
se sentía maravillada y muy orgullosa de su antepasado, el capitán de Marina
Gustavo Vox, que dominó la situación a bordo del velero, cuando la tormenta,
que amenazaba con el naufragio, provocaba continuos gualdrapazos, quizás por la
rotura de los cabos que sujetaban las velas. Pero, comenzó a quedar marcada de
un desasosiego de moscarda carroñera por el hecho de que su apellido se
identificaba con el nombre de un partido político, muy contrario a su ideología
socialista.
No
compartía las actuaciones del gobierno social-comunista que campaba por las
estructuras democráticas como si de su cortijo se tratara y pudieran hacer y
deshacer, saltarse las leyes a la torera, mentir como niños que pretenden
evitar el castigo paterno, tratar de imponer su voluntad como dictadores de
repúblicas repelentes y no respetuosas con una Constitución. Pero que su
apellido la identificara con un partido tan contrario, según ella, a sus
utópicos ideales socialistas, no podía resistirlo. En consecuencia comenzó los
trámites notariales para cambiarse el nombre. Al primer paso, se topó con un
pasante simpático, apuesto, amable y servicial, al que explicó su caso.
—Si
quieres mi consejo —le dijo el joven—, pasa, no te metas en líos. Yo me llamo
Pedro Franco Sánchez y, por ello, no me amargo la vida. Pasarán, todos
pasarán... Esas circunstancias nominales o nominativas no deben preocuparnos. Y
yo estoy aquí para resolver casos y no para dar consejos. Menos contrarios a
los intereses de este bufete. Si te parece, te invito a desayunar chicharrones
y seguimos hablando.
Begoña
Vox se quedó pensativa. Abandonó de momento la idea del cambio de apellido y
optó por aceptar la invitación de Franco, digo de Pedro Sánchez Franco.
—Pedro Franco Sánchez, mi amor.
—De acuerdo —dijo mientras mordía la tostada cargada con
chicharrones de manteca “colorá”.
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