Tiempo de setas
Antonio García
Velasco
Iba
con su padre por el bosque buscando setas. Recoger setas puede ser peligroso si
no se sabe distinguir las venenosas de las que no lo son. Pero su padre era un
experto y él siempre le preguntaba antes de coger las que iba encontrando.
De
modo inesperado, apareció el guardabosques.
—Está
prohibido andar por aquí y recoger setas.
—Disculpe.
¿Desde cuándo esa prohibición? Llevo viniendo muchos años y nunca nos habían
dicho nada. Incluso el año pasado, el guardabosques, su compañero, nos ayudó a
llenar la cesta.
—Ya le
he dicho que está prohibido coger setas.
—Pero...
—Ni
peros ni cuartos. Tenéis que dejar las setas y largaros de aquí. Y es más, me
tenéis que pagar la multa de cincuenta euros.
—¡Qué
te lo has creído! Vamos —dijo el padre, tomando de la mano al niño y empezando
a correr.
El
guardabosques echó mano a la escopeta que llevaba al hombro. Dobló el cañón,
introdujo dos cartuchos y apuntó a los huidos.
—¡Alto!
He dicho alto —disparó al aire.
Padre
e hijo ya se habían perdido entre los árboles.
—¡Malditos
intrusos! —se dijo el guarda—. Son los séptimos que espanto esta semana. Seguro
que llevan la cesta llena y, entre unos y otros, con lo que me gustan las
setas, no me van a dejar ni para un buen plato.
Versión de Juanjo
TIEMPO DE MARGARITAS
Juanjo Pérez García (9 años, cuarto de primaria)
Érase una vez una niña morena, guapa y
apuesta que le encantaban las margaritas. Su padre la llevo a un campo de
margaritas y empezaron a coger un ramo para su madre. Cuando estaban cogiendo,
un hombre corpulento, grande, musculoso y muy fuerte apareció.
—Aquí no se puede coger margaritas— dijo.
—¿Cómo que no? —gritó Pepe, el padre de
la niña— Como yo me llamo Pepe, aquí se pueden coger margaritas.
—Que les estoy diciendo que no —dijo el
hombre con cara de pocos amigos.
—Hija, vámonos de aquí —dijo Pepe
Corrieron muy rápido hasta que estuvieron
fuera del alcance del hombre.
—Este es el décimo que se me escapa, seguro
que lleva el ramo completo. Al final, no me van a quedar buenas margaritas a mí
para llevar un ramo a mi mujer.
El poder, en cualquier ámbito, suele dar ese reverso a la cara del servicio público: el abuso de él cuando las prebendas personales que, son ajenas al cargo, se adhieren como un cobro en especias.
ResponderEliminarEn cuanto a la versión de Juanjo, muy conseguida. ¡Enhorabuena!
El relato de tu nieto muestra la limpieza del alma infantil. El vigilante solo quería espantar a los intrusos para que le dejaran suficientes margaritas y llevar un ramillete a su esposa. Se nota, además de la motivación para la escritura y la genialidad que tiene, unos profundos sentimientos que enaltecen su espíritu. Felicítalo de mi parte. Un abrazo.
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