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martes, 31 de marzo de 2020

0018 Microcuento UNA LADINA SUSPENSA


Una ladina suspensa

Antonio García Velasco



Le suspendieron el examen. A ella que se las daba de lista, sagaz, astuta, taimada. Se había escrito la extensa chuleta en el muslo de la pierna derecha. Aquella tarde no quiso ni recibir un beso.

-Necesito concentrarme -dijo a su novio para evitar la tentación y, en la briega, se le corriera la tinta.

El profesor hizo como que escribía un mensaje en el móvil cuando, en realidad, estaba grabando la reiterada subida de la falda de aquella alumna. Cualquiera hablaría de su falta de ética profesional, de su perversión consistente en espiar las piernas de las chicas de su clase.

-Señorita, puede entregar el examen. Desde este momento, lo entregue o no, puede considerarse suspensa.

Subieron los colores a la cara de la joven.

-Ignoro por qué me hace semejante anuncio -reaccionó con calma.

-Bien que lo sabe, señorita.

Todo transcurría con sigilo, como si ambos quisieran guardar el secreto de la conversación y el aviso. Los compañeros de los alrededores, no obstante, habían dejado de escribir para atender a la escena.

-Está bien. Siga escribiendo para disimular, pero tengo pruebas claras de que está copiando.

Pensó ella que, de ninguna manera, haría que se subiera la falda y, si no mostraba su pierna, difícilmente se podría probar su incorrección.

Cuando fue a entregar el examen, le dijo el profesor:

-Espere, tenemos que ir al despacho de la decana.

-Tengo mucha prisa, profesor.

-Y yo tengo que aclarar este asunto. Puedo probar que se ha copiado -dijo blandiendo el móvil como documento comprometedor.

-Usted se la juega como me haya grabado -dijo alejándose de la clase. aligerando el paso hacia la salida del centro.

Cuando tres días después fue a mirar la lista con las calificaciones, se encontró el suspenso. Fue a reclamar al despacho del profesor.

-No ha contestado bien a ninguna de las preguntas -le mostró el examen realizado y, punto por punto, fue demostrándole las equivocaciones.

Quedó dominada por la indignación consigo misma, pues se había equivocado de chuleta.

-Si no fuera por las circunstancias le diría, señorita, que tiene usted unas piernas muy bonitas. Pero, el tatuaje no era correcto o no supo interpretarlo. Se supone.

miércoles, 15 de febrero de 2017

Microrrelato 65 El chueta


El chueta

Antonio García Velasco



Lo reconoció: "Sí, cierto, soy un chueta", dijo mientras realizaba un cuarteo para evitar el golpe de la espada. Se supo por ello que era de las islas Baleares, donde se llama "chueta" al descendiente de judíos conversos. Tras esquivar el primer envite, le llegó la punta de la espada al cuello. Se detuvo ante la amenaza. "Te obligaré a herbajar como un vil cabrito", dijo el atacante. Pero Jacobo sólo decía: "Sí, lo reconozco, soy un chueta". "No me vengas con chulerías, chuleta", respondió el del arma. "Soy chueta, no chuleta". "No me trepides y ya me estás resarciendo del robo". "Juro por Dios que no he robado nada". "O resarces o no lo cuentas", dijo apretando la espada hasta hacerle sangre cerca de la nuez de Adán. Por fortuna para Jacobo, en aquel momento, llegó Miguel, viejo soldado, que, pese a su edad, con el libraco recién salido de la imprenta, golpeó al atacante, que optó por la huida. Atendió al herido como a un hermano. El volumen quedó abierto en el suelo: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…