Una ladina suspensa
Antonio García Velasco
Le suspendieron el examen. A ella que se
las daba de lista, sagaz, astuta, taimada. Se había escrito la extensa chuleta
en el muslo de la pierna derecha. Aquella tarde no quiso ni recibir un beso.
-Necesito concentrarme -dijo a su novio
para evitar la tentación y, en la briega, se le corriera la tinta.
El profesor hizo como que escribía un
mensaje en el móvil cuando, en realidad, estaba grabando la reiterada subida de
la falda de aquella alumna. Cualquiera hablaría de su falta de ética
profesional, de su perversión consistente en espiar las piernas de las chicas
de su clase.
-Señorita, puede entregar el examen.
Desde este momento, lo entregue o no, puede considerarse suspensa.
Subieron los colores a la cara de la
joven.
-Ignoro por qué me hace semejante anuncio
-reaccionó con calma.
-Bien que lo sabe, señorita.
Todo transcurría con sigilo, como si ambos
quisieran guardar el secreto de la conversación y el aviso. Los compañeros de
los alrededores, no obstante, habían dejado de escribir para atender a la
escena.
-Está bien. Siga escribiendo para
disimular, pero tengo pruebas claras de que está copiando.
Pensó ella que, de ninguna manera, haría
que se subiera la falda y, si no mostraba su pierna, difícilmente se podría
probar su incorrección.
Cuando fue a entregar el examen, le dijo
el profesor:
-Espere, tenemos que ir al despacho de la
decana.
-Tengo mucha prisa, profesor.
-Y yo tengo que aclarar este asunto.
Puedo probar que se ha copiado -dijo blandiendo el móvil como documento
comprometedor.
-Usted se la juega como me haya grabado
-dijo alejándose de la clase. aligerando el paso hacia la salida del centro.
Cuando tres días después fue a mirar la
lista con las calificaciones, se encontró el suspenso. Fue a reclamar al
despacho del profesor.
-No ha contestado bien a ninguna de las
preguntas -le mostró el examen realizado y, punto por punto, fue demostrándole
las equivocaciones.
Quedó dominada por la indignación consigo
misma, pues se había equivocado de chuleta.
-Si no fuera por las circunstancias le
diría, señorita, que tiene usted unas piernas muy bonitas. Pero, el tatuaje no
era correcto o no supo interpretarlo. Se supone.
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ResponderEliminarManda el escritor Carlos Guillermo Navarro el siguiente comentario: Siempre que leo un relato de García Velasco me produce la sensación de que me tropiezo con un auténtico autor en esta modalidad. En las chicas de mi tiempo, no se colocaban las chuletas en los muslos, pienso que por decoro o por la poca capacidad permisiva de enseñar piernas que había en la época. Me atrae y me intriga, dentro de los huecos que deja al lector para su capacidad de deducción, la magnífica actuación con la cámara del móvil. Todo se pierde por una mala faena. Yo preguntaría, ¿Es lícito grabarle a una mujer los muslos a través de su falda, cogiendo en la visión posiblemente más de sus intimidades? ¿Es lícito copiar para aprobar algo que no sabes; al tiempo que se catea a otro que ha estudiado lo suficiente? De ahí el giro final del relato. Reflexiones que siempre se sacan de cualquier relato de Antonio G. Velasco.
ResponderEliminarInteresante relato. Directo, concreto, limpio de paja. Coincido con el anterior comentario en que Antonio es un maestro de la estética de contar historias con la extensión justa. Si añado que es real "como la vida misma", no diría una mentira, pues de situaciones como la descrita he sido obligado protagonista. Curiosamente, jamás se me pasó por la imaginación acudir a una grabación como posterior prueba a la hora de justificar el suspenso. En estas tribulaciones mías, dos cosas eran seguras: que el alumno (empleo en masculino por ser genérico, y, consiguientemente, inclusivo) iba a suspender y que el alumno iría a reclamar. En casos así, que fueron más de uno, tras una breve subida de adrenalina (mi personal manera de ser consideraba el "copieteo" como una burda tomadura de pelo), solía inclinarme sobre el "plagiador", apuntaba con el dedo índice a su hasta ese momento oculta fuente de conocimiento, lo hacía mover varias veces en uno y otro sentido para mostrarle mi desacuerdo y procedía a escribir sobre el mismo ejercicio una nota similar a esta: "Respuestas copiadas hasta este punto". Tras lo cual, trazaba una línea horizontal para dejarle constancia al examinando de que hasta ahí, no iba a corregir nada en absoluto. Por contra, y esto se lo hacía saber al interesado, desde luego, solo sería objeto de mi corrección lo que escribiese a partir de esa línea, lo que iba a ser bien poco, pues, normalmente, cuando el profesor descubre al alumno metido en faena el tiempo disponible está ya muy entrado. En definitiva, un relato evocador y una rato ameno de lectura, que es de lo que se trata, ¿o no?
ResponderEliminarLas personas que se las dan de listas, sagaces, astutas y taimadas se exponen al desarrollo de estas "cualidades" para medrar. No cuentan con el ejemplo histórico de que bastantes grandes estrategas, tras ganar muchas batallas, han perdido la guerra. Por lo que suele pasarles lo que al general Pirro hace ya unos cuantos de siglos. Hasta que no llega el momento del fatal error, de poner sus estrategias en entredicho, se creen invulnerables. Pero, nadie escapa de la adversidad por mucho éxito que acumule. Y como mínimo llegará a la situación que describe el refranero: "Al rico nada le ha de faltar, menos quien le diga la verdad". ¡Una tristeza la amoralidad temprana! Hay que detener la ascensión de los dioses entrelazados dinero-poder. En caso contrario a una gran colectividad le cerrará el paso los altos acantilados o el escaso aire de las simas profundas.
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