Mostrando entradas con la etiqueta impresor. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta impresor. Mostrar todas las entradas

lunes, 21 de noviembre de 2022

Breves 02 MUERTOS QUE NO HACEN RUIDO, PERO MERECEN RECONOCIMIENTO


 

Muertos que no hacen ruido, pero merecen reconocimiento

Antonio García Velasco

 

    Escribió María Zambrano “Hay muertos que no hacen ruido, llorona, y es más grande su penar”. A veces la bulla, el ruido lo meten intencionadamente los medios de comunicación. A veces el silencio, contrario al ruido, es causa de la familia que prefiere la intimidad para llorar a los que se han ido. Mi amigo, nuestro amigo Francisco Peralto Vicario, el poeta, el impresor, el editor, el inventor de libros se ha ido y nos hemos enterado tarde. Pero un poeta nunca se va porque su obra permanece, porque su huella perdura, porque sus versos siempre encontrarán un eco, un lector, un doctorando que les encienda la gloria que merecen, un crítico que resalte su valor. Mucho debemos todos a Paco Peralto, mucho debe Málaga -Málaga, sí, Málaga- a sus iniciativas, a sus propuestas, a sus incansables quehaceres que nos llegaban de su propia mano para sorprendernos siempre. ¿Por él mismo, acaso, escribiría aquellos versos “En la puerta cincelada / Libertad -ya te he nombrado- daba / golpes inútilmente”?

lunes, 12 de febrero de 2018

43 El desafío de los tiempos




El desafío de los tiempos

Antonio García Velasco



El que comenzó siendo acólito del impresor y terminó de maestro poseía un carácter huraño. Sus amistades coincidían en hablar de su "mala bilis". Era eficaz en sus trabajo y las planchas que componía -¡oh tiempos de composiciones manuales anteriores a la linotipia y el offset!- carecían de erratas.

Cuando, setenta años después de que Ottmar Mergenthaler, en 1886, inventara la linotipia, la imprenta adquirió una de aquellas máquinas de segunda mano, Tomás María se sintió desplazado y su humor se hizo más viscoso y amargo.

-Bilis malísima -sentenciaron sus amistades.

No atinaba a componer páginas por medio del nuevo instrumento, aunque el técnico contratado le demostraba las ventajas en rapidez y eficacia.

-Pero, con tanta rapidez, por la gloria de mi madre, saca más erratas que yo manualmente. ¿Dónde está la ventaja? Lo que se gana en rapidez se pierde en correcciones.

-Es cuestión de habilidad, de acostumbrarse a su manejo.

Se lanzaron la tipografía del desafío: tendrían que componer diez páginas de libro sin permitirse una sola errata. Tomás a mano, a la antigua usanza y Albert Notario con la nueva máquina. Una vez que dieran por terminada su labor, cada error cometido sería penalizado con los minutos que acordaran.

El día señalado, al punto marcado por el impresor jefe, comenzó la prueba. Tomás se las arregló, para sigilosamente, lanzar un pequeño molde a las entrañas de la máquina. Ésta quedó paralizada mientras él seguía su composición manual.

La supuesta avería quedó solucionada por el técnico Albert que, pese a la demora, dejó sus páginas listas para la impresión antes de que Tomás sobrepasase la número cinco. Al verse derrotado estalló en cólera y a punto estuvo de destrozar la linotipia a martillazos.

Fue despedido pese a los años de maestro impresor.

-No has sido capaz de adaptarte a los tiempos. Las técnicas avanzan y...

-Nos hacen perder el empleo.



Años después, el hijo de Tomás desplazó al linotipista componiendo textos con un ordenador. Los autores llevaban en un disco su manuscrito y, con un programa de edición, quedaba listo para la imprenta en pocas horas, aunque fuese tan extenso como la Biblia. El viejo acólito del impresor no podía dar crédito a lo que estaba viendo.

-Papá -dijo el joven Tomás-, tu despido ha sido vengado: se compone con ordenador y se imprime en offset.

-Otro vendrá que de tu puesto te echará -fue la lacónica y malhumorada respuesta del padre.

-No tienes motivos, papá, para tan mal humor.

-¡Que sabrás tú, hijo mío, que sabrás tú!

Nunca supo el hijo la causa de aquellas bilis del padre, nunca. Tampoco sus amigos. ¿Acaso lo sabría la madre de Tomás?