El viaje a México
Antonio García Velasco
Marisa era teísta
y estaba afectada por neumococos. Cuando venció la pulmonía gracias a los
antibióticos prescritos por la especialista, decidió viajar a México. Por
Chiapas le picó una coralillo. No se percató de ello en un principio, pero
cuando empezaron los primeros síntomas (dificultades en el habla, visión doble
y parálisis muscular), al darse cuenta su amigo Juan Medina, la llevó con
premura a la consulta del médico que, de inmediato, le inyectó un antídoto.
—¿Para qué creó un
Dios comprometido en el mantenimiento y gobierno del universo las serpientes
venenosas? —le preguntó Medina con una ironía que, en principio, se le escapó a
la teísta.
Ella se le quedó
mirando, en silencio.
—Para que tú me
salves la vida llevándome al médico y yo te quede eternamente agradecida —respondió
con efectos retardados.
—Luego Dios quiere
que nuestra amistad vaya a más —dijo él insinuando un acercamiento amoroso.
—Somos libres de
interpretar tanto las palabras como los hechos —rio Marisa.
—¿Te sientes
mejor?
—Pienso
completamente neutralizados que del veneno han sido los efectos — respondió
trastabillando y trastocando deliberadamente la frase.
—Si manifiestas
sentido del humor es que te has recuperado. ¿Salimos?
—Prefiero quedarme
en mi habitación.
Juan la llevó en
su "carro" al hotel y, con cierta preocupación por la salud su amiga,
emprendió el camino hacia su casa. Un choque frontal contra un vehículo que
invadió su carril tuvo consecuencias letales para los conductores.
"La fuerza del sino". Todos estamos expuestos a la fatalidad. El azar nos recluta desde que un determinado espermatozoide fecunda el óvulo que evoluciona hasta el nacimiento. Luego, viene adaptarnos al medio que ese mismo destino ha escogido: familia, lengua, geografía... Y cada uno se adhiere al entorno y, cuando puede elegir se queda en él o busca otro distinto. La evolución es consustancial a las personas sin desprendernos de los genes. Algunas actividades hacen mejorarlos. Pero, aquel espermatozoide que ganó la carrera y aquel óvulo que lo acogió receptivo, nunca sabrá el alcance temporal de esa vida que fraguan. El medio ambiente tiene demasiadas variables para arriesgar cualquier pronóstico.
ResponderEliminarLos designios del Señor son inescrutables. Dios decidió que ella debía morir por una picadura de serpiente, vaya usted a saber por qué causa o castigo. Pero el amigo, presto, acudió a ayudarla y truncó los planes divinos; entonces, para castigar su intromisión, el Hacedor decidió que fuera él quien ocupara su sitio en la barca de Caronte.
ResponderEliminarEn todo caso, la contingencia es interpretada a gusto del consumidor. Ella entiende que para que le quede agradecida, él para que haya un rollo entre los dos, rollo que ella rechaza subrepticiamente. Tal vez esa perversión de Juan, queriendo cobrarle su ayuda con el sexo, fuese la causa divina del castigo. Como se puede ver, la especulación humana no tiene límites… y podríamos seguir, porque los designios del Señor son inescrutables.