sábado, 4 de septiembre de 2021

072 Microcuento UN DIFUNTO DIAMANTINO

 

Un difunto diamantino

Antonio García Velasco

 

Un difunto diamantino, ¿es un multimillonario muerto? ¿Es un pobre diablo inteligente y bondadoso en extremo? ¿Un padre querido y admirado? ¿Un marido ejemplar? ¿Un amigo de sus amigos que lo da todo y nada pide? ¿Una joven promesa? ¿Un poeta? ¿Un fabricador de superventas? ¿Un cantante exitoso? ¿Un futbolista millonario en goles y dinero? ¿Un médico eficaz? ¿Un enfermero que se desvive por los enfermos? ¿Un sabio? ¿Un arquitecto innovador? ¿Un policía celosamente cumplidor? ¿Un bombero? ¿Un trabajador incansable? ¿Un atleta? ¿Un pintor? ¿Un presidente de gobierno preocupado por el bienestar de los ciudadanos? ¿Un ministro con sentido democrático y comportamiento intachable tanto en su cartera como en la eficacia? ¿Un inventor? ¿Un ciudadano respetuoso con el pago de impuestos y el mobiliario urbano? ¿Un niño prodigio? ¿Un músico compositor? ¿Un sufrido campesino? ¿Un ángel transparente? ¿Un boxeador duro e imbatible? ¿Un maestro, un profesor?

El estudiante, después de considerar concienzudamente las cuestiones, entregó el examen en blanco, convencido de que cualquiera de las preguntas tenía muy difícil respuesta. Al salir del aula, cayó fulminado y quedó inerte, convertido en un difunto diamantino.

4 comentarios:

  1. Existen empresas dedicadas a convertir las cenizas del difunto en diamante. Es una buena opción el convertir un cadáver en “difunto diamantino” por unos pocos miles de euros. No tengo tan claro que tal joya artificial pueda ser lucida sin considerar u obviar su procedencia, sobre todo si es de un ser querido, pero de todo hay en la viña del Señor, como se suele decir. A mí, personalmente, no me importaría que mis cenizas sirvieran para convertirme en difunto diamantino y poder adornar, a la par que acompañar en su engalanamiento, a mis seres queridos. Eso sí, lo de caer fulminado es otra cosa, pero por la celeridad del proceso podría ser buena forma de quedar inerte transitando al más allá sin sufrimiento. Pero cuando al enemigo se le desea que un mal rayo lo parta debe ser porque se supone que es algo malo y doloroso, que causa sufrimiento. Prefiero brillar en vida, aunque no sea cual diamante…
    El pobre alumno debió sufrir un infarto ante tan compleja reflexión: un muerto que brilla como diamante, un esplendoroso ser vacío, alguien que no existe para y por sí volcando su resplandor en su entorno, un santo varón entregado a otros, una caja de resonancia que emite lindas notas musicales desde su oquedad… un difunto inerte y refulgente… ¿debió, tal vez, partirlo un rayo?

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  2. Recuerdo aquel spot que nos bombardeó en la televisión: "Un diamante es para siempre". Según la RAE, diamantino es lo relativo al diamante y en una segunda acepción, poéticamente es un adjetivo equivalente a duro, persistente inquebrantable. Los seres humanos, al igual que el diamante poseemos como elemento fundamental en nuestra composición química el átomo de carbono, el mismo que compone el diamante. Nadie es inmortal. El alumno al entregar el folio en blanco dio con la solución perfecta. Tal vez de ahí su paso a la inmortalidad.

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  3. nicolasgh2015@gmail.com (Google)

    La lectura de este microrrelato me ha sorprendido gratamente, y ello debido a su estructura literaria, que considero muy adecuada a este pequeño formato (sería imposible para una novela, por ejemplo...).

    Me refiero al "bloque de las preguntas", seguido de un "final muy breve y tajante".
    Lo primero es comparable, en términos taurinos, al caracoleo que hace el torero con su capote, para llevar al toro junto al caballo del picador. Tarea entretenida como las preguntas de este texto que dan variedad, conceptos, ideas, etc, al lector.
    Y el final, lleva al desenlace, dejando "inquebrantable" (diamantino), al cuerpo del estudiante, transformado al límite por el mega voltaje del rayo.


    Un acierto la original creación de esta estructura literaria "sui géneris"...

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  4. Todos, en potencia y realidad contrastada, pasamos por el trance de sentirnos difuntos diamantinos. Lo somos cuando nos vemos obligados a ganarnos el sustento con un quehacer que no amamos. Simplemente eso. Tenemos un tiempo asignado desde que nacemos. Cuanto desperdiciemos, sea por circunstancias ineludibles como la que he mencionado, sea por la avaricia de medrar en la escala social, guía nuestros pasos a un error que más temprano que tarde nos reprocharemos: consentir el desequilibrio entre llegar al límite de las aptitudes satisfactorias por mor del imán de las apariencias sociales. Lo dicho, respecta sólo a las decisiones al alcance de cada uno. Lo que, aunque nos afecte en lo más hondo, se encuentre en las vivencias de otras personas hemos de descartarlo. Así, como los vaivenes de la suerte. Lo impredecible pertenece a un destino incierto del que irremisiblemente dependemos. Afanémonos en convertir las virtudes en tesoros. Así nos convertiremos en inmortales diamantinos.

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