Partituras
equivocadas
Antonio
García Velasco
Andrés
Curtidor, el sochantre, estuvo presuntamente errado aquel domingo. Dirigía como
de costumbre el coro de la catedral y equivocó las partituras: propuso cantos
de Navidad cuando era tiempo de Cuaresma, cantó al nacimiento de Jesús cuando
la Iglesia celebraba su pasión y muerte.
El
obispo le llamó la atención y él respondió con el escrito que volcó de una
plumada sobre el folio blanco: "Puedo celebrar el amor y un nacimiento,
pero no el sufrimiento que lleva a la muerte".
Dejada
la nota, desapareció sin dejar rastro de su marcha.
Años después, gracias al párroco de un lejano pueblo, el obispo llegó a saber que el antiguo canónigo había abandonado la vida religiosa y, en compañía de Julieta, una bella campesina, cuidaba una huerta de productos ecológicos que se distribuían por Internet. El obispo fue a visitarlo con intención, quizás, de pedirle explicaciones. Curtidor se limitó a exponerle que los insectos que cuidaban con esmero tenían la función de facilitar la polinización natural de sus plantas. Luego lo invitó a comer y el eclesiástico quedó maravillado de la calidad y sabor de las hortalizas ecológicas que llenaron los platos.
Julieta
apareció en el último momento con un niño de la mano. El obispo se le quedó
mirando y comprendió los motivos que tuvo el canónigo para equivocar las
partituras y abandonar la catedral.
Seguimos la idea de no despreciar las cosas de los demás ya que el ombligo de uno no es el único ni el mejor del mundo
ResponderEliminarGracias de nuevo Antonio. Un abrazo
He aquí un hombre razonable...
ResponderEliminarTodo lo que sabemos es a través de la razón. Confiar en ella nos lleva a la verdad. Es lo que nos hace ver el significado de nuestra vida...
Nos hace ver con claridad, qué es la mentira y qué es la verdad...
Vaya, es una brújula trascendental.
Desconfiar de la razón nos lleva a los desastres vitales:
supersticiones, prejuicios, violencia...
El protagonista de este Microcuento, hombre tremendamente razonable, guiado por su razón, iba introduciéndose en todo lo natural y verdadero, como quien salta de una piedra a otra para atravesar el río. Acierto que lo acercó a la felicidad sencilla y pura...
El hombre es libre sólo cuando está en la verdad.
Y la verdad se descubre mediannte la razón.
Con lo cual... Si hemos llegado a la verdad... Nos hemos salido del cuento (y del Microcuento...).
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Los tiempos cambian...no permitir el matrimonio a los sacerdotes es una atemporalidad.
ResponderEliminarEfectivamente como dijo Andrés no podemos celebrar una pasión ni una muerte,en todo caso asistir a su duelo.Por esta razón estaría mejor dicho conmemoración de la Semana Santa que celebración.
ResponderEliminarEl canónigo equivocó las partituras en su vida pero rectificó a tiempo,lo cual dicen que es de sabios,así pudo celebrarla plenamente.
/María Serena
ResponderEliminarPrecioso microcuento, que contempla una historia humana cargada de amor y ternura ecológica. Enhorabuena, Antonio.
ResponderEliminarDurante la existencia nos sobrevienen devenires imprevistos; algunos para nuestro contento, otros para nuestro disgusto; a veces, estos favores o reveses vitales se contraponen a una determinada línea de quehaceres; por ejemplo, a las vocaciones que exigen el celibato, viajes constantes, formación continua sine qua non... Esas normas nos hemos impuesto y persisten, por necesidad inherente o por exigencias desfasadas. Los cambios, inevitables por inercia natural, hemos de arrostrarlos; nada sano hay que esconder aunque un sector lo censure; la libertad bien ejercida deja al aire las vergüenzas de prejuicios carentes de fundamento crítico. La libertad escribe a la vista de todos y admite todas las vistas. La libertad auspicia, refuerza en su práctica y reproduce las acciones equitativas y, por tanto, eleva la justicia.
ResponderEliminarNo hay preguntas en el relato, como otras veces ha hecho Antonio, sino convicción de que hay cosas en la vida a las que se les debe prestar más atención que a otras, y comprender cada uno donde puede estar su máxima entrega.
ResponderEliminarPara ello se mete nuestro hombre en una iglesia, dirige el coro de la catedral y ejemplifica su modo de pensar con una equivocación que da motivos a considerarla un despiste intencionado. El sochantre no quiere saber nada de la muerte, sino de la vida.
La desesperación, el sufrimiento no es prudente vivirlo o verlo, sino apartarlo. La verdad es que es una elección de subsistencia, de existir. Y así lo dice con claridad el sochantre ante la llamada de atención del obispo por el cambio de canticos de Navidad cuando era tiempo de Cuaresma, "Puedo celebrar el amor y el nacimiento, pero no el sufrimiento que lleva a la muerte".
Antonio deja que el sochantre huya como si se escapara de un encierro, abandona su vocación religiosa, y vive con una bella campesina. Es el transcurso del tiempo quien lo coloca, según él, donde desea, en el amor y la vida, lejos del pensamiento de la muerte.
La búsqueda posterior del obispo de nuestro hombre y el encuentro con él, su pareja y su hijo, solamente constata esa necesidad vital de nuestra existencia de que es lo que cada uno debe buscar en la vida, aunque tenga que cambiar algunas partituras de la misma, como ocurre en el relato. Cada uno es dueño de saber en donde está su felicidad.
Estupendo relato.
VAYA USTED CON DIOS, DON ANDRÉS
ResponderEliminarDe acuerdo con el amigo Navarro: el relato no tiene preguntas, pero sí la oportunidad de tocar temas.
Nada más concluir la lectura, dos ideas con el mismo objeto pero distinto sujeto se me han agolpado en la cabeza. Empiezo por partes. Para mí que el prelado obispal andaba menguado de intuición o sobrado de animadversión al procesar la conducta del canónigo encargado del coro catedralicio: la equivocación de las partituras no fue fortuita ni fruto de un descuido; lo hizo adrede. Es indiscutible que el sochantre no era en absoluto un clérigo vocacional. Porque cuando Dios toca el alma de una de sus “creaturas” para ponerlo a su servicio, jamás se equivoca. ¿O es posible el error en la Providencia divina? No. No pongamos en duda los atributos divinos.
Por otra parte, me parece que poco perdió la clerecía con la inesperada fuga del prebendado. Andrés, además de carecer de vocación, era persona poco cuidadosa en el uso adecuado de los términos lingüísticos, pues, por el contexto del escrito que dejó en su nota, deduzco que fue poco afortunado en el empleo el término “celebrar”, al que dio el valor de “mostrar o sentir gozo, alegría o agrado por algo”, que poco tiene que ver con su otra acepción de “conmemorar”. Pero cuidado, no nos precipitemos: igual la Academia los ha admitido ya como sinónimos. Últimamente, la Institución anda un tanto revuelta.
Otra cosa es la exigencia del celibato obligatorio a los miembros del clero. Hoy no plantearía muchos problemas y podría compensar satisfactoriamente la llamada "escasez de vocaciones". La Iglesia de los primeros tiempos y de los tiempos medios hizo imprescindible su imposición: ¿os imagináis un recinto conventual habitado por los monjes y sus correspondientes hijos, esposas, suegras y tíos solterones como si fuese una casa cuartel de la Benemérita? En fin, què vols que digui més?...