Mostrando entradas con la etiqueta error. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta error. Mostrar todas las entradas

jueves, 1 de diciembre de 2022

 

Lenguaje, premios y castigos

Antonio García Velasco

 

“¿Qué hacer en esta República donde se ofrecen premios (y dan cargos) a los que corrompen el lenguaje y, por el contrario, a quienes restituyen lo alterado, a quienes recomponen lo dañado, a quienes depuran lo que está lleno de errores se les impone tacha de infamia, soportan la censura de estigma, o donde, si te empeñas en defender tu postura te puedes ver obligado a afrontar una muerte indigna?” Tomándome la licencia de alterar ciertas expresiones, la cita anterior es de Elio Antonio de Nebrija (1444-1522), nuestro humanista andaluz y universal, del que se conmemora este año el quinto centenario de su muerte. Fue el autor de la primera gramática del español, fue defensor, ya en aquellos lejanos siglos, de la libertad de expresión y de los derechos de autor. Fue acusado por la Inquisición de “querer enmendarle la plana al Espíritu Santo”, cuando lo que único que hizo fue tratar de corregir los errores de los copistas o traductores de la Biblia. Ahora también se acusa o estigmatiza a quien se sale de la imposición de lo “políticamente correcto”, aunque sea absolutamente incorrecto. ¿Y quiénes imponen semejante mandamiento?



lunes, 5 de marzo de 2018

55 El descubierto inmundo


El descubierto inmundo

Antonio García Velasco



Como un caballo que retrecha, Fernando Toro retrocedió al sentirse acosado. Nadie lo amenazaba de momento, pero, en las cuentas que había presentado como contable, existía un oscuro agujero misterioso que más sabía a inmundo defalco que a simple traspié.

-Te pensabas que nunca ibas a ser descubierto, ¿verdad?

-Puedo explicar el error.

-¿Error?

-Puedo explicarlo, os lo juro.

-Si nuestra empresa fuese mafiosa, te empozábamos sin más. ¿Dónde está el dinero que falta?

Y añadió otro socio:

-De modo que, según tus cuentas, somos quienes más políticos hemos comprado, quienes más hemos contribuido a la corrupción de este país... ¿Dónde está el dinero que falta?

-Fue una operación a vida o muerte. Me lo gasté en curar a mi hija. Pensaba devolverlo poco a poco.

-Y te hemos descubierto antes, ¿no es cierto? Siempre venís con el mismo cuento. De putas y cocaína te lo has gastado todo.

-Juro por mi vida que lo he gastado buscando la salvación de mi pobre hija. La puse en manos del mejor cirujano de los Estados Unidos, que pedía un dineral. Más el viaje y la estancia de mi mujer allí. Lo juro por lo más sagrado.

-Nada hay sagrado para un ladrón vicioso como tú.

-No he robado, ni hablar. He cogido prestado el dinero, aunque sin permiso.

-Y justificas la falta con pagos falsos a los políticos de turno. Que, cierto, en ocasiones hemos tenido que untar la manteca, pero ¿tanto?

-Tuve que afrontar los pagos de la operación de mi pobre hija enferma.



No existía su pobre hija. Fernando Toro era un maduro solterón emponzoñado en el juego, las mujeres y, como le dijeron, la cocaína. Se las daba de virtuoso, marido fiel y buen padre de familia. En más de una ocasión había pedido anticipos para regalar a su familia, para llevarla de vacaciones, para curar supuestas y costosas enfermedades. Ahora había llegado demasiado lejos con fingido y millonario gasto.

-Te denunciaremos, Fernando, por defraudar a la empresa. Has acabado tu carrera de contable y gestor. Nadie volverá a contratar tus servicios.



Aquella noche, cuando Fernando Toro se entrevistó con Micaela Díaz se lo dijo bien claro:

-Tu padre es el principal accionista de Construcciones Elevadas. O arreglas mi despido y evitas la denuncia que me van a poner, o habremos terminado. Será difícil volver a celebrar nuestras juergas íntimas a base de buenos licores y abundante coca.

-Enganchada me tienes a ti y a tus vicios, Fernando. Veré lo que puedo hacer.

-Que desvíe a mi cuenta la cantidad que falta. Yo la devuelvo y ya me las arreglaré para que me dejen en el puesto. O dimitiré saliendo por la puerta grande.

-¿Va a disponer mi padre de tanto dinero?

-Conozco las cuentas de todos ellos. Dile, si te parece, que no quiero ni siquiera amenazar con tirar de la manta. Que ingrese el dinero en mi cuenta, sin que nadie se entere, y yo lo devuelvo alegando descuido o, como les he dicho, que me lo gasté en la enfermedad de mi hija.

-¿No estás soltero, Fernando?

-Claro que lo estoy, pero es el cuento que les he disparado a bocajarro. No creo que con mucho éxito.



Se ignora lo que contó la hija del empresario, pero, éste accedió a ingresar el dinero en la cuenta del contable, que, con la cartera llena y el pasaporte en regla, huyó al país de irás y no volverás. Desapareció para siempre. Por más denuncias que pusieron, por más búsquedas de la policía, por más detectives privados que contrataron para investigar, nunca averiguaron el paradero de Fernando Toro. Micaela Díaz superó el mono buscándose otros proveedores, aunque menos viciosos, imaginativos y divertidos que su amante desaparecido.