La
pistolera
Antonio
García Velasco
Abrió de nuevo la
pistolera y se pasó varias horas contemplando el arma. No se atrevía a tocarla.
En su paroxismo no estaba segura de haber disparado. Pero no se atrevía a tocar
el cañón para comprobar su temperatura. El tiempo transcurrido habría borrado la
huella térmica. Pero, aun así, no hizo otra cosa que cerrar el estuche y
guardarlo en el último rincón de la cómoda...
—¿Te irás de viaje
ahora que todo ha pasado? —le preguntó su madre.
—¿Todo? ¿Qué ha
pasado? ¿Qué es lo que he estado haciendo?
—Tu marido ha
muerto. Un disparo acabó con su vida. Sin ese final, él hubiese acabado
contigo. Más que merecido lo tenía.
—Nadie merece una
muerte violenta —dijo ella.
—No han encontrado
aún el arma homicida.
—¿Qué arma, mamá,
qué arma?