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jueves, 6 de enero de 2022

085 Microcuento EL ORIGEN DE LAS SECUOYAS

 El origen de las secuoyas

Antonio García Velasco

 

El viejo dinosaurio cuidaba con esmero las plantas de su jardín. Sus árboles desarrollaban troncos voluminosos de ocho metros y alturas superiores a los cien. Aquel jardín suntuoso y boscoso era motivo de admiración radiosa y de soterradas envidias.

Ciertas criaturas indeseables trataron de arrancar algunos de aquellos árboles para trasplantarlos en sus terrenos. Dejaron hoyos inmensos y del mismo tamaño los excavaron, pero, al sembrarlos en la nueva ubicación, se volvieron mustios y carentes de impulsos vitales.

Trataron otros de que el viejo dinosaurio les vendiese parte de sus plantas o sus semillas. Pero él contestaba siempre que no tenía en venta su jardín.


Otros persuadieron al viejo dinosaurio con halagos y argumentos adecuados para que les transmitiera sus conocimientos.

—No puedes morirte sin enseñarnos a cultivar esas plantas —le dijeron.

El viejo comprendió que no viviría tanto como pronosticaba para sus gigantescos árboles. Optó por enseñar sus secretos a quienes decidieran ser sus discípulos.

Las enseñanzas del maestro dieron su fruto, pero, inesperadamente, se escuchó una terrible explosión en todo el planeta. Una densa niebla asfixiante y opresiva ahogó a los seres vivos de más volumen.

Posteriormente, otros seres poblaron la Tierra y los humanos, muchos años después, llamaron secuoyas a aquellos árboles gigantescos que perduraron y se conservaron hasta nuestros días.



 

 

 

 

viernes, 22 de enero de 2021

Microrrelato Mi mejor maestro se llamaba don José

 

Mi mejor maestro se llamaba don José

Antonio García Velasco

 

Mi maestro, mi mejor maestro, se llamaba don José. Era muy joven cuando fue destinado a la escuela unitaria de nuestro pequeño pueblo. Siempre nos hablaba del espíritu de superación y nos impulsaba a conseguirlo. Gracias a él hice el bachillerato elemental, preparado por él, con examen en el instituto comarcal; conseguí una beca, estudié bachillerato superior... Cursé una carrera universitaria. Me doctoré. Años después, logré docencia en la Universidad y, ¡admirable coincidencia!, mi maestro, mi querido maestro, ya con plaza en la capital, por su ejemplar afán de superación, se había matriculado para obtener la licenciatura en Filosofía y Letras... Estaba sentado allí, esperando al profesor, el nuevo profesor, que impartiría la asignatura de Gramática histórica. ¡Qué ocurrencia!... ¿Cómo podría enseñar a mi maestro, cómo ser tan buen profesor como lo fue para mí? ¿Cómo enfrentarme a la corrección de sus exámenes, calificarlo, valorar sus conocimientos?

Cuando me saludó tras la primera clase sólo me dijo: "Tú has valido siempre mucho, ya te lo decía yo. Me siento orgulloso de ti". "Muchas gracias, don José".