Mi mejor maestro
se llamaba don José
Antonio García
Velasco
Mi
maestro, mi mejor maestro, se llamaba don José. Era muy joven cuando fue
destinado a la escuela unitaria de nuestro pequeño pueblo. Siempre nos hablaba del espíritu de
superación y nos impulsaba a conseguirlo. Gracias a él hice el bachillerato
elemental, preparado por él, con examen en el instituto comarcal; conseguí una
beca, estudié bachillerato superior... Cursé una carrera universitaria. Me
doctoré. Años después, logré docencia en la Universidad y, ¡admirable
coincidencia!, mi maestro, mi querido maestro, ya con plaza en la capital, por
su ejemplar afán de superación, se había matriculado para obtener la
licenciatura en Filosofía y Letras... Estaba sentado allí, esperando al
profesor, el nuevo profesor, que impartiría la asignatura de Gramática
histórica. ¡Qué ocurrencia!... ¿Cómo podría enseñar a mi maestro, cómo ser tan
buen profesor como lo fue para mí? ¿Cómo enfrentarme a la corrección de sus
exámenes, calificarlo, valorar sus conocimientos?
Cuando me saludó
tras la primera clase sólo me dijo: "Tú has valido siempre mucho, ya te lo
decía yo. Me siento orgulloso de ti". "Muchas gracias, don
José".
Rechazar de plano que los conocimientos adquiridos, por muchos que sean, no son el resultado exclusivo de aptitudes y voluntad sino que, en la mayoría de los casos, media la incitación bondadosa de un buen maestro para mantener el ánimo de aprender, honra a quien lo admite. La sapiencia necesita de lactancia. El desarrollo personal se activa a través de nuestro entorno. Los calostros de la lectura contienen gran cantidad de potencial evolutivo en la cultura. Pero, tiene que haber "un ama de cría" que ofrezca el amamantamiento. La mejor forma de agradecérselo es convertirnos en correa de trasmisión. Y, no olvidarnos del nombre propio de quien nos libraba de la caída en los primeros pasos de nuestro caminar alfabetizado.
ResponderEliminarEl gran orgullo de todo maestro debe ser verse superado por el alumno en su adultez. Su gran objetivo, al igual que el de los padres, descubrir las potencialidades del niño para motivarle y orientarle en su consecuente desarrollo personal.
ResponderEliminarLa ciencia con sangre no entra, y el sistema de enseñanza con modificación instrumental de la conducta no debe dar paso a la racional creación actitudinal en el niño para enseñarle a pensar y gestionar su vida bajo la realidad de su entorno. La educación, que conlleva la socialización del niño, debe forman adultos libres y responsables, capacitados y competentes, no sumisos y alienados.
Casi todos tenemos en la memoria a nuestro mejor maestro y, por qué no decirlo, al peor o menos bueno. El mío fue D. Francisco, serio y cabal, dando ejemplo de conducta y con más paciencia que los otros, tal vez, por eso, tenga su nombre una calle en mi pueblo. El maestro ha de seducir, provocar el interés del niño por la materia o temática que imparte.
Errata: Donde dice “modificación instrumental de la conducta no debe dar paso a la racional creación actitudinal en el niño” debe decir: “modificación instrumental de la conducta debe dar paso a la racional creación actitudinal en el niño”. Por tanto sobre el NO
ResponderEliminarEl refrán aludido, completo dice "La letra con sangre entra, pero con cariño y amor se enseña mejor". En todo caso "sangre" en muchos refranes significa esfuerzo. Ejemplo de dicho popular, un tanto redundante: "Me costó sangre, sudor y lágrimas". Depende, como casi siempre, del contexto y del tono que lo envuelve.
ResponderEliminarYo diría que es un relato tan singular como estupendo en su recorrido. Más que afirmar algo, hay que leerlo. No obstante, hay que aclarar que se trata del desarrollo de una vida en 8 renglones y del estudio de lo que constituyó ese hecho singular del alumno convertido en maestro de aquel educador al que admiraba. Este cambio sustancial convierte lo que podía haber sido simplemente una nota colorista en un relato excelente, con un saludo final para el recuerdo. Gran autor al que no le faltan recursos
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