Antonio García
Velasco
Iba en el caballo negro y sofocante de sus pensamientos acongojados. No se dio cuenta de la piedra suelta y cayó por la pendiente, rodando hasta pararse sobre un regolito o depósito de detritus rocosos. Se notaba las magulladuras producidas por los roces con las piedras del suelo. El verderón de una planta llamó su dolorosa atención. Elevó la mirada hacia la fronda de un árbol gigantesco que se le antojó un dragón que iba a devorarla. Intentó levantarse y no pudo. Un pajarraco negro cruzó en aquel momento y sus excrementos se estamparon sobre su cara.
—¡Lo que me
faltaba! —exclamó tratando de limpiarse y asqueando el gesto y la agitación de
las manos.
Llegaron, por fin,
sus compañeras de excursión y le prestaron ayuda. Regresaron al lugar donde
habían montado las tiendas antes de subir al cerro.
—Yo no estoy para
dormir en el suelo metida en un saco —anunció—. Pero no quiero estropearos los
planes. ¿Cómo podría regresar a casa?
—Si te tienes que
ir, nos vamos todas contigo.
Y no se habló más.
Recogieron los bártulos, los cargaron en el coche y emprendieron la vuelta a la
ciudad.
—De verdad que lo
siento —dijo la contusionada.
—¿Te llevamos al
hospital?
—Creo que no hace
falta. Cuando descanse esta noche, me encontraré mejor.
—¿Nos quedamos
alguna contigo?
—Oh, no, bastante
os he fastidiado ya.
Se esperó hasta
que el coche de sus amigas hubo desaparecido. Entró en el portal de la casa.
Subió a su piso. Se encontró a su novio esperándola.
—Te dije que no
quería volver a verte —le reprochó ella— ¿Por qué has venido? ¿Qué es lo que no
has entendido cuando te dije que no quería volver a verte?
—Quiero estar
contigo.
—¡Vete!
—Escúchame, mujer.
Perdóname. Deja que me quede contigo.
—Te lo dije bien
claro: no quiero verte más.
Él se acercó con
intención de agarrarle la mano. Ella lo rechazó y volvió a insistir en que se
marchara.
—Te denuncio por
acoso como no te vayas —amenazó ella.
—No te atreverás.
Sé que me deseas tanto como yo a ti —se le enfrentó él, riendo, como si no
fuese el primer intento de ruptura.
Y
ella, en silencio, recogió su bolso y las llaves, se salió a la calle sin
escuchar las llamadas del hombre, paró un taxi y se fue a urgencias. El médico
certificó los numerosos hematomas que marcaban su cuerpo. Con aquel certificado
se fue a la policía.