jueves, 1 de febrero de 2018

32 El guanaquero


El guanaquero

Antonio García Velasco



Pintaba a su personaje como un guanaquero malandrín y perverso. Un bellaco en el sentido más amplio de la palabra. Robaba a otros cazadores los guanacos que cazaban y, con sofisticada técnica, los marcaba como propios.

El escribiente del afamado escritor o escribidor, cuando transcribía un relato sobre este asunto, descubrió, por fin, que la historia, como otras anteriores, hablaba de su propio padre. Se negó a continuar.

El escritor tenía la invariable costumbre de escribir con pluma estilográfica y, tras revisar sus manuscritos, encargaba a su escribiente que los pasara a máquina. Se llamaba a sí mismo escribidor, tal vez, copiando el sustantivo del título de una singular novela de un Premio Nobel. Se publicaban sus colaboraciones en el suplemento semanal de un periódico de gran tirada.

-No puedo pasar a limpio más historias del guanaquero.

-¿Por qué razón, Mario?

-Está recreando la vida de mi padre y no me explico de donde saca los datos.

-Tu padre me dejó sus diarios y el encargo de que te protegiese. Coincide que eres un eficaz secretario y por eso te he contratado.

-Mi padre no era un bellaco como sostiene usted.

-La literatura, bien lo sabes, es exageración. Nadie va a identificar mi personaje con tu padre.

-Lo llama Mario, como yo me llamo.

-Mera coincidencia. Además, nadie sabe que tú trabajas para mí.

-Más gente de la que usted cree, don Camilo.

-Yo nunca he hablado de tenerte contratado.

-Son cosas que no pueden ocultarse.

-Pero nadie sabe que tu padre me donó sus diarios de cazador.

-Está equivocado, don Camilo: mi padre publicó sus diarios, aunque a usted le diera los manuscritos.

Se le cayeron al escribidor todas las bellotas de la inspiración. Comenzó a pisotearlas con furia hasta resbalarse con una y romperse el brazo derecho. Dejó de escribir y juró que no volvería a hacerlo hasta alcanzar el objetivo de destrozar todos los ejemplares impresos del Diarios de un guanaquero.

Al no obtener ingresos, despidió al escribiente, incumpliendo la promesa que hizo a su padre y, como tenía que comer y pagar facturas, se sacó la licencia para cazar guanacos. Para la cacería de ejemplares de Diarios, aunque era más complicada, no necesitaba permiso.





3 comentarios:

  1. ¿Con cuánta asiduidad descubrimos realidades ocultas en nuestro entorno? ¿Cómo no van a decepcionarnos tales descubrimientos? ¿Nuestra respuesta ha de ser desproporcionada o de templanza?
    La madurez implica no dar por despejada ninguna incógnita vital.

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  2. Un escritor tan famoso y sus escritos tenían una "inspiración" inadmisible. Le ha pasado a más de uno.

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  3. Lo creo. Una pena. Lo más bello de un escritor reside en que, cuente la historia que cuente, se le adivine un alma cristalina. Será utopía pero también la esperanza que mejor guía.

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