El adiós patuleco de Amparo
Antonio García Velasco
Se le notaba perfectamente que estaba
enfadada y de mal humor porque no paraba de refunfuñar, de emitir voces
confusas, palabras mal articuladas, frases ininteligibles entre dientes.
-Mamá, que dices cuando te enfadas, di.
-No estoy enfadada, que va.
-Refunfuñas y no entendemos lo que estás
diciendo.
-Cosas mías, chiquilla. No te preocupes.
Y se retiraba balanceando el cuerpo con
su peculiar manera defectuosa de andar.
Un día estalló y, lo que fue refunfuño,
se convirtió en voces de palabras perfectamente articuladas:
-Me tenéis harta todos, vuestro padre,
vosotras, los políticos, la nación, la televisión, la radio... No aguanto más.
Me bajo de este mundo, me tiro en marcha de este tren desquiciado... No aguanto
más.
-Mamá, por favor, cálmate, no es para
tanto, todos estamos hartos.
-Amparo, mujer, no te pongas así. No des
mal ejemplo a tus hijas. Todos vamos en el mismo barco... Todos, hasta los
políticos de los que tanto renegamos. Ten calma, mujer.
Se retiró a su cuarto patuleca y
trinando, refunfuñando de nuevo. Sólo le entendieron una palabra:
-¡Adiós!
¡Cuántos casos de estos estamos viendo en estos días! Adiós, me retiro a mi habitación, pero no estoy enfadado, que va...
ResponderEliminarBuenas noches
¿Amparo no podía ampararse a sí misma?, ¿necesitaba amparo externo o ampararse en sus adentros? El amparo y el desamparo surgen de una misma energía ambivalente. Aprender a canalizarla atiende a un proceso de adaptación propia con un objetivo socializante. ¿Qué error histórico arrastramos para que desequilibre la inigualable suerte de haber accedido a la vida?
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