La contagiada
Antonio García Velasco
Una posta que falta en el lugar adecuado,
¿quién ha ordenado su desaparición?; un hombrecillo burlón de color pardo
amarillento, ¿por qué se ríe?... ¿Podría ser peor el panorama? Tampoco la mujer
lo esperaba en casa, pues se había ido a emperrarse bajo un piojoso infectado
de una enfermedad maligna. No lo sabía, ciertamente. "He ido a visitar a
mi madre", dijo al volver. Quedó tocada y, a los pocos días, ni podía
respirar bien, ni podía con sus huesos, tosía, tenía fiebre alta, sangraba por
la nariz... El marido, alarmado, la llevó al médico, que no supo que mal le
afectaba. "Al hospital", dijo. Ya era tarde cuando llegó.
Tras los días de duelo, cuando emprendió
un nuevo viaje, al salir de la villa, se topó con la risa burlona de aquel
individuo de color bayo.
-¿Por qué se ríe? -preguntó como para sí
mismo.
-¿De verdad quieres saberlo? -le
respondió el compañero.
Asintió.
-Ese amarillento pardo fue el alcahuete
que llevó a tu mujer a los brazos de quien le contagió la enfermedad.
-¡Lo mato! -exclamó.
-Ya se ha encargado la parca de ajustarle
las cuentas. No fue tu esposa la única que metió en su cama depravada... Todas
han muerto acusando los mismos síntomas. ¡Dios nos proteja!
-Amen -dijo el viudo arreando los
caballos con indignación y malhumor.
¿Qué significa ese "Amén" del viudo cuya mujer no se conformó con la monogamia? ¿Hay una apreciación de justicia que emerge de los tuétanos cuando vemos vengado nuestro orgullo? Ese orgullo ¿es inmanente al ser humano o lo imanta la condición social y sus normas? Aunque se opine diferente, ¿Quiénes se atreven a vivir en la marginalidad de esas normas? Abiertamente, muy pocos. Tras el parapeto de la hipocresía, bastantes. Juzguemos nuestro tiempo, tan complejo, con benevolencia.
ResponderEliminar