Microcuento
LOS GATOS
Antonio
García Velasco
Vivía
en el ático de un edificio de seis plantas con sus dos gatos. Conoció a Isabel
Higueras una mañana en el supermercado cuando compraba comida para sus mascotas
y ella le aconsejó la nueva marca que adquiría su amiga Amparo que también tenía
félidos domésticos de pelaje suave.
—Dice
siempre que la suavidad y dulzura del pelo de sus gatos ha aumentado desde la
nueva alimentación.
Semanas
más tarde, él la invitó a su casa para que conociera sus gatos y los efectos de
haberle hecho caso en el aconsejado cambio de alimentación. Fue el comienzo de
una relación sentimental.
Con
satisfacciones vivieron juntos y celebraban las caricias al pelaje de los
animales. Pero el paso del tiempo puede erosionar la armonía y, en efecto, la
primera desavenencia surgió cuando la sorprendió fugando a sus gatos.
—No me
han gustado esos bufidos injustificados.
—Disculpa.
Pero
la semilla de los celos en forma de pensamientos de que quería a los animales
más que a ella fue creciendo en su interior. La semilla se hizo zarza punzante
cuando supo que estaba embarazada.
En su
ausencia, una tarde, metió los felinos en una talega y subió al autobús. En el
barrio más extremo de la ciudad, donde conocía establecimientos que daban gato
por liebre, abandonó su carga junto a los contenedores de basura.
Cuando
él se percató de la ausencia de sus mascotas y preguntó por ellas:
—Estoy
embarazada —fue la respuesta de Isabel.
—¿Qué
tiene eso que ver con la desaparición de mis félidos?
—Un
hijo vale más que un gato.
—Es
posible tener gatos y tener hijos. ¡Dime qué has hecho con ellos!
Ella
guardaba un exasperante silencio. Y, sin más, él se fue a su cuarto, rebuscó en
los cajones del armario, llenó de balas el cargador de un viejo revolver de
colección y lo descargó a bocajarro sobre el pecho de la mujer.